Lo que me enseñaron dos chavitos bailando “Cachondeando”.
Cuando era niño, nunca tuve la oportunidad de competir en nada importante.
Ni deportes.
Ni torneos.
Ni concursos serios.
La única vez que me animé fue en un concurso de dibujo que organizaba la Marina, se llamaba el niño y la mar, creo que todavía existe.
Me esmeré.
Dibujé con ganas un puto pajaro, con mucho detalle, con todo lo que un niño puede poner en un papel.
Y lo envié.
Perdí contra un dibujo que, honestamente, era una puta mierda.
Y esa fue mi primera y única experiencia con la competencia.
Después de eso, no hubo más.
No hubo entrenamientos en equipo, ni torneos, ni medallas, ni nada que me diera ese ritual de sentirme en la arena y decir: “gané”.
¿Sabes qué pasa cuando no compites?
Que te quedas con un hueco.
Con una pregunta atorada en la garganta: “¿qué hubiera pasado si lo hubiera intentado?”
Ese hueco me acompañó años.
A los 26 años decidí emprender.
Y me fue bien.
Muy bien.
Le gané cuentas a gigantes.
Organicé festivales, ferias, proyectos enormes.
En varias ocasiones me peleé con empresas enormes como OCESA o Live Nation, y aun sin tener el capital que ellos tenían, logré arrebatarles contratos.
Eso suena a victoria, ¿no?
Pero no se sintió como tal.
¿La razón?
Nunca dominé el sector.
Gané batallas, sí, pero nunca me llevé el trofeo de ser “el rey de la industria”.
Eran picos, no permanencia.
Generé riqueza, hice ruido, tuve éxito financiero, pero nunca sentí que realmente había ganado.
Y otra vez, ese hueco seguía ahí.
Hasta que un día tomé una cámara y abrí un canal de YouTube.
Sin quererlo, encontré ahí mi competencia.
Y resultó bien: construí lo que menos del 0.001% de los youtubers logra, juntar más de 100.000 seguidores y vivir de esto, holgadamente.
Eso sí se sintió diferente.
Que te llegue una placa de 100.000 no es solo aluminio: es un trofeo.
Es la prueba física de que entraste a una arena brutal y sobreviviste.
Eso llenó parte del hueco.
Pero no todo.
El otro día, viendo videos en internet, me encontré con algo que me partió el pecho.
Un par de chavitos, no tendrían más de 17 años, estaban en una competencia de baile.
El tema: “Cachondeando” de Fruko y sus Tesos.
Competían contra cinco parejas más, adultos ya fogueados, con vestuarios brillantes, peinados impecables y pinta de profesionales.
Ellos, en cambio, iban en tenis, con gorras, sin trajes de gala.
Se notaba que no tenían ni el presupuesto ni la experiencia de los demás.
Pero cuando la música arrancó —y si conoces esa canción sabes que no da respiro, empieza con el ritmo de golpe— tomaron posición y lo dieron todo.
Y cuando digo todo, es todo.
Cada paso, cada giro, cada gesto… era como si su vida dependiera de ese instante.
No estaban bailando: estaban dejando el alma en la pista.
Me conmovió brutal.
Me recordó a Mike Tyson en sus entrenamientos más salvajes.
Me recordó a Ronnie Coleman destrozándose bajo las pesas mientras gritaba “lightweight, baby!”.
Esa misma energía, esa misma entrega sin reservas, la vi en dos morritos de 17 años.
Y ahí entendí algo: eso es lo que me falta.
Primero dominar una habilidad.
Después, medirme en la arena.
Competir de verdad.
Lo confirmé días después al ver otro video viral: un señor de 55 años, bigotito, panza, camisa y gorra, conduciendo un Nissan Altima viejo… ganándole en un arrancon a un Porsche amarillo.
La cara de concentración, la fuerza con la que metía los cambios… esa imagen me golpeó igual que la de los chavitos bailando.
Y pensé: “Eso quiero.
Esa entrega.
Esa sensación de medirme contra alguien y dejarlo todo.”
Es por eso que últimamente estoy ensayando como loco.
Salsa, bachata, ritmos latinos.
No solo para disfrutar, sino para prepararme.
Porque necesito ese fuego en mi vida: dominar algo en lo que no doy una y después probarme en la competencia.
Moraleja de todo esto
Competir te hace crecer.
Competir te da propósito.
Competir te da un lenguaje que solo entienden los que se atreven a entrar a la arena.
Mi consejo: búscate en qué competir.
Puede ser tu deporte, tu negocio, tu arte, lo que sea.
Investiga, inscríbete, involúcrate.
No te quedes en la banca.
Porque competir te hace hombre.
Y ganar, aunque sea una sola vez, te cambia la vida.
👉 Si quieres leer más historias, reflexiones y estrategias sin filtro, suscríbete gratis a mi newsletter aquí: https://casaverde72.wtf/
No hay nada más jodido que llegar al final de tu vida sin haber ganado nunca en nada.
No seas espectador.
Prepárate y metete a los putazos.